MI MASCOTA ES UN TUQUEQUE

Margarita es la tierra de los animales protegidos y las mascotas increíbles. En la isla contamos con la presencia de organizaciones y grupos de personas que avalan la protección y adopción de animalitos abandonados y animan a la gente a adoptar un perrito o un gatito huérfano. Entre jornadas de vacunación, esterilización y adopciones, estas agrupaciones ecológicas hacen de la isla un santuario de animales bien cuidados y queridos.

Yo, por esas cosas de la vida no puedo tener perros o gatos, pues vivo con mi hermana y el espacio, amén de los vaivenes económicos, no favorece el brindarle al perrito, gatito o lo que sea, las condiciones necesarias de confort que requiere; pero por esas ironías de la vida, desde hace años me acompaña en la soledad de mi cuarto una mascota tan singular y diferente como yo: un tuqueque.

El pequeño lagarto, que algunos acá creen que es nuestro típico guaripete, en realidad no lo es. El guaripete es un machorro margariteño mucho más grande, originario de la isla y el tuqueque es navegado, llegó en ferry. El caso es que el pequeño saurio que vive conmigo desde hace 5 años, es mi mascota y mi compañero de soledad, testigo mudo –presumo que es macho pero no se lo he visto- de todos mis poemas y visitante habitual de mi cama en esas tardes margariteñas donde el calor exasperante se disuelve y la brisa del Piache baja y entra por la ventana de mi habitación, hora ideal para que el animalito salga estirar las patas y me visite por unos minutos. Eso sí, no debo hacer movimientos violentos porque mi mascota sale en carrera.

Son animales muy tímidos, pero cálidos y no molestan para nada. No ensucian ni tienes que andar recogiendo pupú ni medias rotas o zapatos comidos por toda la casa. En esto mi mascota es aseado, discreto y muy  colaborador. En días de silencio puedo escuchar el típico ruido de tractor que hace mientras escribo y en las noches lo veo cuando se mete en su casita, justo detrás del retablo de San José y la Virgen en la entrada de mi habitación. Los dos dormimos y nos levantamos a la misma hora con un respeto solemne por el sueño plácido de cada uno y mientras yo hago café, él prepara su desayuno acabando con zancudos, moscas y demás alimañas que caigan en sus incursiones de cacería mañaneras. En este menester, es un tesoro.

Quizá en los años por venir, cuando ya tenga mi casa o mi espacio propio, pueda adoptar un perrito. Me encantaría tener un par de cazadores o labradores para que salgan a caminar conmigo en tardes de crepúsculo, sal, brisa y poemas; pero sé que aún en esos días donde ya tendré conmigo a mis perros ideales y a mi vida hecha, el recuerdo de mi silencioso tuqueque y compañero de cuarto estará conmigo por muchos e incontables poemas.

Emilia Marcano Quijada
@periodismodeleyenda



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