YO MAMÁ
Podía elegir entre recibir el Día de Las Madres con la
nostalgia de no tener a mis madres aquí, a mi lado, en casa, juntas como
siempre, mi Mamá, Mamay y Tía Rosalía, o celebrar en grande el privilegio que
me dio la vida de tener muy dentro de mi corazón, siempre en todos los lados, siempre
tan cerca, al ser tan especial que me hizo Madre.
Recuerdo aquella tarde al
regresar del trabajo y pasar por el laboratorio para recoger el examen. Tenía
expectativa, pero pensaba que algo tan bonito no me podía pasar. Al tener ya la
certeza de su llegada, puse mis manos sobre lo que pensaba era mi vientre, lo
abrace con cariño y le dije Bienvenido Gabriel.
Fueron 9 meses de ir comprando con
mucho esfuerzo franelitas, monitos, cobijitas, escarpines, mediecitas,
coroticos, y hasta la cuna blanca, con todo su atuendo, que por cierto fue el regaló
mi papá, esa que por cierto me hizo vivir también la experiencia de encontrar a
un bebé clavado entre sus delicados barrotes de madera, o el batuqueo del mismo
bebé que la movió con colosal fuerza hasta irla destruyendo poco a poco, o
desde la que saltó aquel bebé, como suelen hacerlo todos aun teniendo ya el
maltrecho colchón en su nivel más bajo.
Fue el sábado 4 de julio de 1987,
cerca de las 11 de la mañana, en un quirófano nuevecito, todo a estrenar, en
una modesta clínica de Caracas donde todo era a estrenar, que el Dr. España me
acercó a la cara un bojotico y me dijo “Eleonora te presento a tu hijo”. A
partir de entonces todo cambió para siempre.
La travesía de ser mamá es para
la mí, la ruta más clara de transitar la felicidad. Cuántas banderas de
Venezuela pintadas y armadas en el suelo; cuántos cuadernos y libros forrados;
cuantas piñatas; citaciones al colegio; o recibir cada año al Niño Jesús con la
paciencia de tener que ponerme al amanecer a armas juguetes, montar las pilas,
o incluso pegar piezas que salían desde el comiendo desprendidas en medio de la
alegría.
Creo que fue entre los 10 u 11
años, cuando pude volver a tener cierta tranquilidad de cerrar los ojos y tomar
sol a la orilla de una piscina, sabiéndolo nadar en el agua. Hasta entonces mi
mirada permaneció clavada en cada movimiento, en cada zambullida, en cada salto,
sin apartarse un instante de sus movimientos en el agua.
Noches de fiebre, dolor de
estómago, o tos; puntos en medio de un Toque de Queda, en el Caracazo,
corriendo con un pañal blanco como bandera rumbo a la clínica; regañándolo fuertemente
por haberse comido no sé cuántos pinchos que a mi buen saber y entender eran la
causa del extraño y agudo dolor de estómago que nos llevaba a la clínica, y que
terminó siendo una apendicitis. Dos operaciones por una fractura tras entrenar
futbolito en el colegio, y nuevamente la paciencia de unas muletas, de una
rehabilitación, de ser siempre mamá.
Levantarlo para el colegio;
levantarme yo y pisar un carrito, un muñeco o cualquier vaina y sentir dolor a
la par de enorme felicidad. Ver una y otra vez “El Niño Ninja”; recoger vasos y
platos del cuarto; llevarlo a su primer concierto y verlo sobre una silla del Poliedro
cantar las canciones de Maná.
De las imágenes que más me
conmueven, es la de aquella noche, ya había cumplido 10 años y le di permiso de
estar “hasta la 10 pm.” en el apartamento cercano de un amiguito. El reloj
marcó las 10 en punto, y como nos pasa a todas las madres no sabía si
enfurecerme o asustarme…… Creo que eran las 10:05 pm. y a lo lejos en medio de
la noche vi una figurita que venía corriendo entre los jardines de Nueva Casarapa,
nuestra primera casa propia, más asustado que yo. Al llegar a la casa con sus
ojitos oscuritos me pedía perdón por el corto retraso, y lo abrace, lo cobijé
entre mis brazos, y le dije gracias por estar aquí.
Enseñarlo a batear o atrapar una
pelota con el guante en el Parque Sanz; lanzar “tiritos” el 24 y el 31; ir al Universitario
para ver jugar a Los Leones del Caracas; celebrar sus 15 años, su graduación, o
su pasión por la música, organizándole “toques” y conciertos para disfrutar de
aquel grupo de adolescentes desafinados y horrorosos siendo felices en una
noche de tarima.
Siempre paciencia, siempre fe en
que aquel arbolito iba a ser frondoso, fuerte y a dar los mejores frutos.
Tantas despedidas en Maiquetía y tantas llegadas. Hasta un sitio en el mundo al
que jamás habría pensado ir, Dublín, fui a tener para verlo y abrazarlo, y por
supuesto como toda madre, vigilarlo. Y así fui a Madrid, Barcelona, Londres…..siguiéndole
los pasos.
Arregla el cuarto. Ven a comer. “Ya
voy”. Estudia. Haz la tarea. “No tengo tarea”. No me gusta ese amigo. “Hay…mamá”.
Que muchacha tan horrorosa. “Me la zampé”. Qué es eso Gabriel….."Hay mamá que
le di un beso”. No fumes…………Y así va pasando el tiempo y hacemos nuestro mayor
esfuerzo con más paciencia, con mucho amor y con entrega absoluta. Para mí, fue
y es algo a lo que me he entregado más allá del alma.
Más tarde vinieron las pesas, el
gimnasio, las curdas, los tatuajes. Luego las dietas, la ropa, los cd, los
discos, los zapatos, trabajar, y cambiar de trabajo para llegar a su sueño, y
yo a su lado.
De toda esta historia, que casi
es una “Saga”, me queda primero el extraordinario descubrimiento del amor más bonito
que se puede sentir, de ese amor que por encima de todo, da y da, y está
dispuesto a dar siempre y en todo momento. Por eso siempre digo, “Yo no le di
la vida, él me la dio a mí”.
Feliz Día de Las Madres Gabriel Matute. Mi Negro. Mi Enano.
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