¿PREOCUPARSE O NO PREOCUPARSE? HE ALLÍ EL DILEMA
Por:
Ana Requena
@PeriodismodeLeyenda
Frecuentemente
escuchamos frases como “no te preocupes, ocúpate” o “tranquilo, no se va a
resolver preocupándote” o el más reciente “hakuna matata”. Vivimos una sociedad
en la que la búsqueda frenética del bienestar físico y psicológico a toda
costa, nos lleva a negarnos cualquier emoción o comportamiento que nos cause
discomfort o intranquilidad, catalogándolo como algo terrible.
La preocupación no es
en sí misma positiva o negativa. Sin embargo, es una estrategia de
afrontamiento que está muy satanizada por los análisis superficiales con tintes
pseudosicologistas que han surgido para “ayudarnos” a enfrentar las realidades.
Viéndolo en blanco y
negro, la preocupación es una forma de darle la cara a la realidad que implica
la utilización de todos nuestros recursos en la búsqueda de una solución a una
situación determinada. Generalmente, nos ayudamos con nuestro discurso interno
a través del pensamiento, a identificar posibles alternativas de acción y
estudiar las mejores acciones. Si las
circunstancias lo permiten, nos apoyamos en el lenguaje interno (pensamiento)
para resolverlos. Mentalmente y gracias a nuestro lenguaje, simulamos futuros
comportamientos para prever sus consecuencias sin necesidad de actuar. Así,
somos capaces de planificar nuestra reacción, utilizando la preocupación como
un factor dentro de nuestro proceso cognitivo-emocional de toma de decisiones,
que tiene como función escoger el mejor curso de acción a seguir. Igualmente,
la ansiedad suele asociarse a la preocupación en momentos en los cuales se
enfrenta un peligro, sirviendo como preparativo para su enfrentamiento o huida,
comenzando un proceso de resolución.
A veces, el empleo de
una estrategia de solución de problemas como la preocupación tiene por sí misma
repercusiones favorables en la regulación emocional. Pero puede suceder lo
contrario. El problema se presenta cuando el pensamiento mágico nos domina y
actuamos como si el sólo hecho de preocuparnos tuviese la cualidad de resolver
las cosas, cuando asumimos que la preocupación es la única forma de afrontar la
realidad y comenzamos a vivir preocupados. Incluso hay quienes piensan que las
personas que no se preocupan no son de fiar, no son serias ni asumen responsabilidades.
Como sí preocuparse diera un estatus de prestigio a las personas.
Para algunos, la
preocupación se vuelve en una amenaza, dado que se convierte en una especie de
profecía auto impuesta de mortificación. Así, se entra en un círculo en el cual
las personas, que generalmente sufren un trastorno de ansiedad, se preocupan
por estar preocupadas y como su imaginación tiende a presentarle escenarios
exageradamente distorsionados hacia lo negativo o catastrófico, también se
preocupan cuando se dan cuenta de que no están preocupados por algo específico.
Es importante reconocer
cómo es nuestra preocupación, cuánto tiempo empleamos en ella y si está
cumpliendo su función cognitiva cuando aparece como estrategia de
afrontamiento. Podemos, entonces desmitificar la preocupación y otras
estrategias de afrontamiento y los termómetros que nos permite identificar
cuando no están siendo útiles para enfrentar las situaciones son el tiempo y la
profundidad de los pensamientos. Cuanto más se piense sobre las causas del
suceso, o se intente buscar sentido a lo ocurrido, el malestar psicológico suele
ser más intenso y duradero.
La buena noticia es que
si preocuparnos no nos está ayudando en el proceso de toma de decisión o acción
resolutiva, podemos escoger otra manera de afrontar el suceso: confrontarlo,
buscar apoyo social, planificar acciones para superar el obstáculo,
distanciarse temporalmente, autocontrolar el pensamiento obsesivo relacionado
con lo que nos ocupa, asumir responsabilidades, evitar o huir de la situación o
intentar realizar una reevaluación positiva del hecho. Evidentemente, éstas no
son las únicas dimensiones posibles de afrontamiento. Seguramente, existen algunas
otras que estén vinculadas a estresores específicos o a personas con
características especiales. Lo importante es comprender que cada estrategia
depende de quienes somos, nuestros valores, principios, estilos cognitivos y
personalidad. Preocuparse o no preocuparse es cuestión de decisión.
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