APUNTES PARA UNA PSICOLOGÍA DEL PEREGRINO
A partir del 2 de
septiembre, mucho antes de que el anaranjado oriental se levante, cientos de
personas se organizan en sus comunidades a lo ancho del territorio insular para
iniciar una caminata que llevará su peregrinar al Valle del Espíritu Santo,
para homenajear, agradecer, prometer, venerar o acompañar a la Virgen del
Valle, la Virgen bonita. Llevan consigo sus imágenes, rosarios, instrumentos y cánticos, también
sus esperanzas, peticiones y deudas. Algunos comparten bebidas espirituosas que
contribuyan a mantener la marcha. No importan los motivos, ni la edad, ni la
ideología política, profesión u oficio, tampoco el estado de necesidad o
abundancia, todos caminan juntos el mismo rumbo.
Es sabido que se trata de
una muy antigua tradición, que se conserva por la misma fuerza que mantiene la
veneración y el amor que los habitantes del territorio insular y todo el
oriente sienten por su virgencita, por la fe. Sin embargo, mientras andaba por
segundo año consecutivo la ruta que va desde San Antonio Este hasta El Valle,
cuando tomábamos la vía de El Piache en Macho Muerto, comencé a buscar una explicación a este
comportamiento peregrino. Una que no se basara en la cultura, la espiritualidad
o la religiosidad. Intentaba comprender la mentalidad del peregrino, su sentir,
su psicología.
Ciertamente, uno de los
aspectos más fascinantes del ser humano es su relación con lo espiritual y lo
religioso, frecuente y concienzudamente aislados del estudio
científico/positivista del comportamiento. Sin embargo, psicología, religión y
espiritualidad han estado nutriéndose a lo largo de la historia del
conocimiento desde Sócrates hasta nuestros días, precisamente gracias a las
manifestaciones culturales y sus incidencias en lo humano..
En el plano de la ciencias
sociales, este tipo de tradiciones religiosas, brinda una interesante
oportunidad para considerar la forma en que las fuerzas culturales moldean la
psicología de las personas, permitiendo observar de qué manera se interiorizan
en nuestras mentes incidiendo en nuestros procesos atencionales y emocionales.
El peregrino que paga una
promesa, por ejemplo, establece un compromiso con un ser superior que se obliga
a cumplir en función tanto de la fé como del temor a hacer sufrir o enojar a la
virgen o a Dios mismo. En este proceso, ocurre un cambio en su atención que
tiende a “humanizar” a ese ser que adora, dotándole de características
supervisoras (el Dios que monitorea) que pueden resultar benéficas porque
facilitan la conciencia moral. Por otra parte, al centrar toda su atención en
la Virgen y sus características protectoras y benefactoras, deja de dar
importancia a aspectos que en su día a día le presionan o, incluso le molestan
como su relación con un vecino, el aspecto “peligroso” de una persona que
normalmente le causa desconfianza o temor, entre otros muchos.
También, el peregrinar
incide en la emocionalidad tanto por la vía de la estima personal, como por la
de las relaciones intergrupales e interpersonales.
Cuando logra completar el trayecto, el peregrino se empodera, se siente capaz,
sabe que puede hacer aquello que se proponga y planifique adecuadamente, pero
también entiende que esa fuerza interior se ve reforzada por el grupo de
vecinos y familiares que le acompañan en el recorrido, ocasionando un sentido
de pertenencia, de arraigo, que favorece la sensación de seguridad y reduce
momentáneamente la incertidumbre del día a día.
Así, resulta psicológicamente saludable el peregrinar, dado que inyecta una
dosis de esperanza, de creer en lo posible, muy necesaria en nuestra Venezuela
actual, tan desesperanzada y triste.
Este, mi primer esbozo de la psicología del peregrino, no intenta
profundizar en las diversas teorías e hipótesis que pretenden explicar su comportamiento,
tarea pendiente. Sólo se suma al gozo de haber cumplido la meta y saludar a la
Virgen bonita, alegría inexplicable y paz reconfortante en la seguridad de su
benévola protección.
ARRA.
@Periodismodeleyenda
La Virgen del Valle Foto de Eleonora Mata |
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